En el Perú acaba de lanzarse una Segunda Reforma Agraria, imponiéndose por fin el sentido común de que este país de rica producción agrícola y milenaria, el de los cientos de variedades de papas, el país del aguaymanto y la quinua que se comen los ricos del primer mundo en sus ensaladas llamándola equivocadamente «quinoa», no puede seguir siendo un país de campesinos pobres.
Para los que no saben que hubo una primera y por qué se necesita una segunda aquí se lo explico. La primera reforma agraria, decretada en 1969 por el gobierno del general Velasco Alvarado, fue una revolución necesaria empujada por el propio campesinado, y que no solo abolió la esclavitud semifeudal, sino que dio por primera vez ciudadanía al indígena y mostró el Perú de todas las sangres. Una revolución social y política que tuvo lugar en el marco de una dictadura, es cierto, pero que fue una medida clamorosamente justa.