Decía Ovidio que “el amor a la patria es más patente que la razón misma”. No lo niego cuando la patria son tus zapatos, tu casa o tu familia. Pero si hablamos de esta España invertebrada, lo evidente suele ser un odio irracional, un estúpido complejo de inferioridad o la indiferencia. España es una noción, una entelequia que unos aceptan como esposa y otros como amante. Y para muchos, las dos no caben en la misma cama. Quizá porque confunden el concepto de España con el que reza en las fachadas de las casas cuartel de la Guardia Civil. No les culpo. La ignorancia impuesta durante siglos sobre nuestras señas de identidad históricas, ha sido, es y será un mal endémico que seguirá generando en los españoles el “sentimiento de resistencia a serlo” del que hablaba Américo Castro. Sirva como ejemplo esa extraña repulsa hacia los símbolos del Estado, para explicar la enorme distancia que separa el corazón de la cabeza de un español.