La escritura árabe completó con la llegada del Islam su expresión gráfica, y alcanzó desde Persia a la Península Ibérica, donde, durante los primeros años de al-Andalus ya apareció en acuñaciones monetarias, algunas latino—árabes y otras sólo en árabe. Los diversos usos de la grafía árabe (en manuscritos, y sobre diversos materiales, como piedra, yeso, metal, madera, cerámica, tejidos) fue ampliando su valor artístico, y así la epigrafía adquirió gran proyección como elemento decorativo, que suele utilizarse, con admirable belleza, junto con motivos geométricos, con más o menos estilizados vegetales (los llamados “atauriques”), y a veces representaciones figurativas.