En octubre de 1940, el siniestro comandante en jefe de las SS, Heinrich Himmler, visitó durante una semana la devastada España imperial. Recibido con honores de jefe de Estado por el dictador Francisco Franco, la visita estuvo centrada en asuntos de política policial y de seguridad, aunque se aprovechó por la Dictadura como elemento de propaganda. El Régimen quiso agasajar a su ilustre huésped con una serie actividades lúdico-culturales como una corrida de toros y visitas a campos de concentración, monumentos o museos. Como anécdota, Himmler mostró su desagrado por la crueldad del espectáculo taurino, así como su sorpresa por la brutal represión de la Dictadura hacia sus propios compatriotas, a los que prefería aniquilar en lugar de emplearlos como fuerza de trabajo (seguramente no le explicaron que esto también se hacía). Pero, sin duda uno de los aspectos más curiosos -y ridículos- de la visita fue el empeño del régimen franquista en destacar los históricos lazos raciales entre españoles y alemanes, fruto de sus antepasados comunes: los pueblos germánicos. El por entonces flamante arqueólogo falangista y filo-nazi Julio Martínez Santa-Olalla, a la sazón Comisario General de Excavaciones Arqueológicas (gracias, entre otras razones, a la falta de competencia por la purga de cientos de compañeros por parte de la Comisión de Cultura y Enseñanza presidida por el ínclito José María Pemán), fue el encargado de mostrar al Reichsführer-SS mapas de las invasiones de estos pueblos, así como piezas arqueológicas visigodas.