A medida que se derriban estatuas de reinas y conquistadores en medio de protestas en Norteamérica y América Latina, los pueblos indígenas presionan para que se haga un ajuste de cuentas en toda la región con el amargo legado de masacres y borrado cultural que dejó el colonialismo.
Desde el Círculo Polar Ártico hasta Tierra de Fuego, los indígenas americanos piden responsabilidades a la Iglesia católica, a los Gobiernos nacionales y a otras poderosas instituciones.
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¿Descubrimiento o invasión y genocidio?
Ignorar el contenido latente en el metamensaje que se despliega en los nombres sesgados con el que se designan lugares donde vivimos y por donde transitamos, ha sido una de las estrategias ideológicas subyacentes de la colonialidad, que en el plano simbólico tiende a pasar inadvertida en el imaginario colectivo de nuestra América Latina. Esto lo reafirmo cuando recientemente doy un paseo por una ciudad de Ecuador que lleva el nombre de “Santa Ana de los Ríos de Cuenca”, o simplemente Cuenca, en honor a la ciudad de Cuenca de España, lugar de nacimiento del virrey español del Perú, Andrés Hurtado de Mendoza, quien mandó a fundar la ciudad al español Gil Ramírez Dávalos. Por supuesto, este conquistador no tuvo ningún empacho para sustituir el nombre Tomebamba, como era llamada esta tierra hermosa como ciudad incaica, o como la llamaron los Cañaris, habitantes originales que tenían su propia cosmovisión y le colocaron el nombre de Guapondelig, (1) que significaba llanura amplia como el cielo, y fue llamada así desde mucho antes que los conquistadores, a nombre de “la civilización”, entraran en ella “a sangre y fuego”.
El origen morisco del gaucho en América
Las primeras corrientes moriscas se asentaron en el Río de la Plata durante los siglos XVI y XVII. Entre otras cosas, acercaron la cultura ecuestre y el origen de la palabra gaucho.
Nuestra tesis, fundamentada en una extensa y pormenorizada bibliografía, es que el gaucho tiene su origen en la civilización de Alándalus, la España musulmana (711-1492), cuna de los pueblos iberoamericanos, de la que recibimos legados como el idioma castellano en su versión andaluza, con el seseo (pronunciar un sonido silbante s en vez del sonido ce) y el yeísmo (que consiste en pronunciar la ll como la y: sonando igual en «llave» o en «yerba», tan común entre los rioplatenses), ambos de origen morisco.