Autor: Paco Gamboa
Dice un viejo refrán: «Tu patria no es donde naces, sino donde paces«, o sea, tu patria es donde te buscas la vida cada día. Nada tiene que ver con etnias, colores, creencias, fronteras o lenguas.
Este artículo quiere responder a literatos e intelectuales que, aún escribiendo bien y con buen fondo, a veces leo frases en sus escritos que requeriría una mínima aclaración o explicación. Concretamente hoy en el diario.es he leído un artículo que me ha gustado mucho, salvo una frase que chirría como una noria oxidada. El título del artículo es: «Somos negros, ¿qué de color?» y su autor Mikel Urretabizkaia. La frase a la que me refería es la siguiente: «en el siglo VIII se instaló el Califato Omeya y los árabes se mantuvieron en el poder hasta Boabdil casi en el siglo XVI (1492)«.
En primer lugar, cuando hablamos de al-Ándalus, según la terminología de este autor, está definiendo un modelo político que perduró ocho siglos que comenzara con la llegada de un Omeya, concretamente Abd al Rhman I. Primero fue un emirato independiente que, con los años, evolucionó hacia un verdadero estado conocido en todo el mundo como el «Califato de Córdoba», pues fue en esta ciudad donde tuvo su sede.
Si nos atenemos a la historiografía actual, los árabes que llegaran en el año 711 era una ínfima minoría, en comparación con la población existente en la Península Ibérica, y esta minoría fue reforzada con grupos de beréberes y que, a pesar de ese refuerzo siguieron siendo una minoría. La llegada del Abd al-Rahman I (sobre el 755) que, también según la historiografía oficial, llegaría solo ya que su familia fue exterminada en Damasco por los Abasidas. Sólo, y mal acompañado, este Omeya tuvo como defensores a algunos aliados y sirvientes, según la misma historiografía oficial. Es necesario especificar que Abd al Rahman I era un nativo de Siria, o sea un territorio que había pertenecido a Imperio Romano primero, luego al Imperio Bizantino, donde se hablaba hebreo, latin y árabe y heredero de una rica cultura. Nada que ver con las imaginarias hordas árabes, o sarracenas, con nos ilustra la historiografía oficial.
Siendo los árabes una minoría, aunque detentaran el poder político, no tuvieron más remedio que emparentarse con familias nativas mediante una estrategia matrimonial. Y los Omeyas sentían debilidad por mujeres navarras, con las cuales tuvieron mucha descendencia. Por sentido común y por lógica histórica, los descendientes de dichos matrimonios, no pueden considerarse árabes en sentido étnico ni cultural. Y si hablaban árabe era debido a que fue la lengua culta y de poder de aquellos tiempos aunque, como se sabe, nunca dejaran de hablar su lengua madre, o sea la que se hablaba en cada territorio de al Ándalus.
Y aquí nos encontramos con el hábito de definir a al Andalus como un estado árabe dirigida por una etnia arábiga. una definición que no sólo es errónea, sino tremendamente injusta. Al Ándalus fue un estado califal cuya sede fue siempre Córdoba, un estado que administraba los intereses de una amplia diversidad geográfica y social definida como Koras. La administración y gestión de este estado lo formaban los califas y su corte en la que participaban tanto los Omeyas como los máximos representantes de los musulmanes, como los cristianos mozárabes, o los judíos. Por lo tanto, definir al estado andalusí como árabe, es una negación de la realidad histórica y una injusticia con la población cristiana mozárabe y judía. Todos ellos formaban parte de ese estado, al que es definido como andalusí, ya sea en el periodo califal, en los tiempos de los Reinos de Taifas, o el último bastión del estado andalusí, el Reino Nazarí de Granada.
Decir que los árabes se mantuvieron en el poder durante ocho siglos es ignorar la historia. Pero, como ya he dicho, a pesar de esta necesaria puntualización del artículo que comento, merece todo el respeto y con el que no pueda más que estar de acuerdo. El problema, cuando este autor decide escribir este artículo, se debe a la incongruencia de ciertos sectores del nacional-catolicismo sobre lo «español» o la «españolidad«. Si no fuese por lo peligroso que son estos movimientos franquistas y nacional-católicos, tanto en su dimensión intelectual como político, no merecería la pena hablar de ellos. El problema grave es que, tras más de cuarenta años de los pretendida transición «democrática», esos franquistas y nacional-católicos siguen detentando un poder decisivo en las instituciones del Estado, reflejando en sus decisiones su deformación ideológica y su manipulación mediática. Y a esa gente, tan decisiva en el funcionamiento del Estado, nadie los ha elegido para tan alta responsabilidad, pues niegan la mayor: aceptar un Estado democrático y de derechos. Ellos se siente herederos del poder absoluto y así actuan.
Muy bien escrito!